sábado, 6 de agosto de 2011

zigzag

Son las ocho cuando suena el despertador, tengo que ir a pagar la luz, se venció ayer.
Me levanto, voy al baño con los ojos cerrados, me lavo la cara y los dientes.
Voy a la cocina, prendo el fuego y pongo la pava, levanto la persiana y siento que el estómago se me contrae, el cielo está a punto de estallar. Desayuno igual.
Botas de goma, bastante abrigo, me protejo el cuello y un lindo piloto azul.
Respiro profundo y recorro mentalmente las calles que conozco hasta llegar a destino, hago distintos mapas mentales.
Vuelvo a respirar profundo y comienzo a recordar el olorcito a tierra mojada, el ruido de la lluvia sobre el techo, y la sensación de las gotas en la cara, ¡qué placer!
Salgo. Cualquier mapa me lleva hasta las calles céntricas, no hay cómo evitarlas.
Pienso en el colectivo, pero me deja en las mismas calles, y además imaginate que si la gente no los puede manejar  al aire libre, ¡qué puede pasar arriba del colectivo!
Hablo de esas armas asesinas, de esos objetos criminales, tan ofensivos que pueden arrancarte un ojo en tan sólo un descuido, y que la gente usa tan ingenuamente, chocando todo lo que se les presenta en el camino; estos aparatos, los paraguas, no son nada inocentes.
A diez cuadras de casa y a otras diez de mi destino, puedo divisarlos desde lejos, de todos los tamaños, algunos muy coloridos, otros un poco aburridos, son como los perros: ¡no hay prenda que no se parezca al dueño!
Me voy acercando poco a poco, y me voy poniendo cada vez más nerviosa, yo sé que un día voy a terminar jodida por un paraguas: herida de muerte o presa por escándalo en la vía pública.
Zigzagueo, zigzagueo, zigzagueo, hago zigzag de persona a persona, o mejor, de paraguas a paraguas, hago zigzag de vereda a vereda y de calle a calle, me canso de zigzaguear.
Pero no sólo que son peligrosos, asesinos, temibles, aterradores, bastante poco inofensivos y poco inocentes, sino que además nos privan de disfrutar de la frescura de un día de lluvia (¡ni hablar de los que los usan para el sol!), de lo divertido de sentir las gotas corriéndote por el cuero cabelludo, de ver el cielo y las figuras que forman las nubes, y por sobre todo de ver que además de uno hay mucha gente caminando por las calles los días de lluvia.
Después de exactamente 25 minutos llego a la puerta de EDES un poco mojada pero totalmente intacta, ilesa, estoy a salvo, sólo me queda la vuelta.

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